
Delirio Rutero
Irse de un lugar que se adora es siempre algo delicado. Más aún si ese lugar tiene playa y fue escenario de marchas y contramarchas pluviales en lo inmediato; llovió algunas horas, dejó de llover, volvió, paró y salió el sol justo cuando te aprestabas para preparar todas las cosas y salir. La ruta suele ser algo placentero para mí, manejar lo es. Muchas veces lo hago solo, como denigrarme, pasear o recordarme mis logros recientes. Cuatro horas hasta la República Popular de La Boca invitan a pensar y reflexionar profundamente, o a escuchar la misma música de siempre pero con ese sabor rutero tan particular que se impregna en cada detalle. Pues, tomé un poco de cada una. Y también me di el lujo de escuchar un episodio radial, esos que poseen el nombre más lamentable que se le haya dado a un producto bueno, sobre la muerte. Curiosa elección, lo sé. Pero más allá de las especificidades del producto en sí me aseguraba algunas sonrisas picarescas durante el trayecto. “Hombre (hombre) muere en accidente vial; la autopsia arroja que manejaba bajo los efectos de una bondiola caramelizada de la jornada precedente recalentada y escuchando un podcast sobre la muerte. Se investiga posible desenlace auto infligido”. Sonrisas y risas. Al mediodía me senté en el balcón bajo las tímidas gotas borrascosas a leer algunos correos y reviví El Extranjero de Camus viendo a un vecino de buen porte de la 146 agacharse sucesivas veces para finalizar con un objeto indescifrable en la mano diestra en la última repetición. ¿Por qué descendió tantas veces? Lo hizo al menos en 5 oportunidades y solo en la última acabó con el objeto. ¿Cuál será su coartada cuando se descubra el asesinato de la viuda del tercer piso? Qué frágil todo y qué endeble la vida misma. Todo tan susceptible de ser desfigurado, trastocado y esfumado ante el más mínimo cambio en un simple acto. ¿Y si viajaba conmigo esa vez? ¿No existía esa pelea? Y si no existía esa pelea, ¿tomaba el empleo? Probablemente no lo hacía y acababa sumido en ese loop de fiascos sempiterno y sin participar del ensamble de jazz por no llegar con el dinero y sin conocer algunas personas de valor incuestionable. Pero entonces, ¿por qué me lo planteo? Resignarse a los hechos, resignarse. Es resignación lo que resuena en mi cabeza al escuchar a Viviana Bilezker. Hay gente que se resigna a morir en la miseria y a terminar sus días de la peor manera. Básicamente porque no se preparan para la muerte. Concienciar, como diría Mariquita la española, con quien tuvimos las correspondientes discusiones al respecto, sobre la muerte para vivir honestamente y cerrar el camino de manera honrosa. Viviana se planteaba el tema del deseo, lo que la persona sufriente quería para su destino inminente. Cuánto regodeo se escucha en ese significante vacío: deseo, deseo, deseo; ¡deseo! De qué servirá andar deseando por ahí cuando acucia el lecho de muerte… pero instantáneamente pienso en esos que se dejan llevar por el deseo y los enemisto en mi espejo, el monumento a la razón y el sentido versus los libres pensantes anti-esquemas y fluyentes del universo. Aún en esos instantes finales, ¿qué pesa más, la libertad de seguir un deseo o el consejo racional de un médico? ¿Lo puedo medir en términos de felicidades? Y caigo en la cuenta del significado del saludo tan común y promulgado por estas fechas: felicidades. Nunca me había puesto a pensar en ello, era simplemente una lisonja pronunciada sin mucho sentido ni aspecto para mí, qué bonito, que tengas felicidades, más de una felicidad, muchas, las que puedas. Pero no todo es felicidad inmediata, y ahí entra mi discusión con eso que llamamos deseo. Hay cosas que deseamos que están bien, otras están mal (porque somos una construcción social liderada por el capital heteronormativo patriarcal imperialista intransigente y aunque muchos no se enteraron siempre hay una otredad); algunas nos traen recompensas en lo inmediato y dolores luego, otras simplemente ni fu ni fa; otras solo beneficios, lo que sea. La libertad del deseo, qué espantoso. En mi cabeza suena casi como un oxímoron. Pero ahí están y ahí los veo, algunos de verdad van libres por la vida mientras uno se resigna a contentarse con lo ameno. ¿Cómo hacen? Siguen ese deseo, disfrutan, sonríen, placer mucho placer y a caer de nuevo. Sin embargo los analizas dos segundos y ahí están buscando un nuevo deseo, explorando facetas de su ego para conseguir algo nuevo, hoy me gusta el pescado con queso o leer a Borges tirado en el suelo o tocar el charango y besar a un noruego. Y yo acá escribiendo sobre ellos, evitando el placer y resignándome a la recompensa de lo razonable. Muerte, mucha muerte, eso necesito para vivir, rodearme de convalecientes para entender el final como intrínseco a la vida y llenarme de deseos. La muerte deseo, no mi muerte por favor la muerte del seo y construir mi deseo ah qué linda mi libertad cuando la construyo como quiero. Suena el chillido incorruptible de la pava y me desconcentro, deseo poder ocuparme de la necesidad y del otro en un próximo texto.
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