para qué

– Es que siempre te estás yendo – interrumpió Carlos, luego de unos minutos de zozobra lacaniana.

– ¿A dónde, de qué, por qué? – pregunté en un tono algo desesperanzado.

No es la primera vez que me lo dice, aunque el contexto era distinto, “te cuesta mucho irte, pero a la vez siempre te estás yendo”. Esta vez se trataba sobre la ecuación del disfrute, esa que muchos que ni siquiera guardan una relación muy estrecha con las matemáticas saben resolver con éxito rotundo. El viernes toqué en vivo en Nempla y, si bien la pasé mejor que las otras veces, no disfruté. Algunos compañeros incluso llegaron al llanto, merodeando visiblemente esas emociones que se supone todos buscamos. Se veía claramente cómo cada uno de los músicos y los espectadores experimentaban sensaciones otras que presión, sufrimiento y tensión.

– No disfruto, Carlos, no disfruto – le dije ostensiblemente agotado. Sí disfruté después, porque salió todo bien y no me equivoqué groseramente. Estuve a la altura. Pero tiene más que ver con el alivio que con el goce en sí. Tampoco entiendo por qué lo hago – continué en la misma línea de pensamientos –, lo mismo me pasa con las citas y las salidas, si yo en mi casa un sábado por la noche soy feliz.

– Si, pero no sos un ermitaño y tampoco un cínico – acotó Carlos. Un ermitaño es alguien que se va a una casa en la concha de la lora y le chupa un huevo el mundo, vos no sos eso. Y cínico no sos porque nos conocemos. Vos sos un fóbico.

Continué la semana atravesado por esa frase e intentando desandar esa cuestión del disfrute y de estar yéndome. Lo hablé con Joni, mi profe de batería, al día siguiente. Soy de esos que buscan información en cada charla, data datita, y que fingen como me admitió el viernes mi tatuador interesarse por lo que el otro dice, mercantilizando casi algo tan diminuto como una conversación. Todo tiene que traducirse en aprendizaje, todo tiene que producir un valor. Joni dice que el disfrute no puede no estar, que siempre hay una cuota de nervios cuando uno toca y es normal, pero que el disfrute tiene que decir presente, porque de cierta forma es el fin que justifica el medio. Más aún cuando no se enmarca dentro de lo lucrativo o lo laboral.

Volví de clase caminando por Julián Alvarez y llegando a la esquina de Jufré, la esquina de la otrora cantina Mamma Rosa, me di cuenta de algo: hay cosas que sí disfruto. Disfruto leer newsletters y artículos varios por las mañanas, disfruto saber por qué China quiere Taiwán o por qué Enrique IV fue el mejor Rey francés, disfruto tomar un café con leche cuando mi intestino me lo permite en alguna de esas cafeterías de autor tan de moda en Villa Crespo, disfruto avanzar en lecturas semi abandonadas, disfruto ver los partidos del domingo. Pero definitivamente no disfruto del plan que organizamos para el fin de semana: 4 días en una quinta alquilada en Zarate. El jueves me reunía con mis compañeros del ensamble para definir el rumbo del segundo semestre; el viernes me tatuaba con Paul; el sábado tenía partido con los Cuchos y a la noche tenía una segunda cita. Se suponía que iba el sábado por la mañana y llegaba justo para hacer el asado. Tenía la coartada para ausentarme y hasta el mensaje excusatorio, “perdón amiguis, pero necesito más coger que reír”.

Me lo reprocharon, desde ya. Aunque tímidamente. Pensé en contarle a Carlos el verdadero por qué de mi ausencia en esa quinta, pero ni siquiera logré dilucidar si era el verdadero por qué. Tuve para mi por unos días que era porque necesitaba algo de clamor popular, que me extrañen, que me necesiten, que me pidan que vaya a hacerles un asado o tirar unas gracias. Y eso no pasó. Pero creo que la verdadera razón era que lisa y llanamente no quería ir. Luciana me había prestado Los Catorce Cuadernos de Juan Sklar, quien según reza Hernán Casciari en la contratapa es “el mejor escritor argentino de su generación”. No conozco a Casciari ni mucho de su obra, pero debe ser un tipo muy desagradable. Ocho personas en una casa, sexo, drogas, peleas, reflexiones estúpidas, todo en la novela bastante digerible de este escritor palermitano misógino cool. El libro me motivó a ir a la quinta, pero me dije “¿para qué?”, y no fui una mierda. Tampoco llegué a contárselo a Carlos, porque sobrevino el tema del sexo dominical, mi exagerado respeto al otro y las risas ante el “pero ya la olvidé eh”.

“Hacé lo que quieras, pero ojo, acordate que es por miedo a conocer otra gente”. Así terminó la sesión del martes 2. ¿Cómo hacen todos para conocer gente interesante? ¿Para qué?

 

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