
¡ S O L O ?
A veces cuando me quedo solo en mi casa y salgo a fumar un cigarrillo al balcón vuelve a mí una sensación extraña, un poco angustiante, desconcertante e irracional de soledad. De la soledad mala, esa que no se persigue. Esa que va más allá que el estar solo y sube desde alguna extremidad de la tierra como una pesquisa perturbable y te congela. Y no estás solo, lo sabes. Pero te sentís solo. Es algo que está ahí, y a veces despierta. La soledad del sábado por la noche en tu casa, cuando impera la norma del encuentro social. Aunque no guardo una relación muy estrecha con las diatribas esas del amor propio, me recuerdo que por lo general la paso muy bien solo. Cine, lecturas dispersas, alguna que otra copa de tempranillo. Pero me asomo al balcón a fumar y el paisaje inerte de ventanas y vecinos cobra una vida por demás mortífera. Por lo general, dos o tres departamentos que en la semana pasan totalmente desapercibidos se tornan el reflejo más cruel de mi mirada. La pareja joven del cuarto piso, los tipos del edificio voluptuoso sobre la calle Aguirre que reciben siempre amigos y alguna que otra ventana ocasional. El viernes cené con amigos y fuimos a la jam de Matienzo, el sábado tuve una (confusa diría olvidable y frustrante pero entretenida) cita y el domingo se prestaba ideal para descansar del engentamiento y el bullicio, eso quería. Pero eso está ahí, y por más que me repita los planes que hice y me convenza de que no estoy solo, miro a la pareja (que por cierto en la semana no parece tener mucha vida) y vacilo. El tipo no tiene nada de gracia, tiene un bajo que nunca toca, un ambiente descolorido viciado de sombras y es de los que pasan de plataforma en plataforma sin decidirse a la hora de elegir un contenido. Ella es alta, elegante y parece aportar el aire de las plantas y el arte en su notoria ausencia. Probablemente si los cruzara en el ascensor me daría cuenta al instante de su desdicha. Y sin embargo. Cuando vivía en La Boca me pasaba seguido. Eran tiempos en los que estaba un poco más inhibido. A 100 metros vivía una familia, también en el cuarto piso. El padre fumaba por la noche en la ventana de la cocina, antes de acostarse en el sillón, su cama y su oficina. Mientras él descansaba ya de su jornada y de sus dos hijos, me era inevitable pensar que me miraba y me juzgaba en mi soledad. <<Qué tipo raro, todo el día solo>> pensaba que le comentaría a su esposa-conviviente-vínculo-amiga en el desayuno del sábado por la mañana. Siempre que él se presentaba, alguna proyección se escabullía para aturdirme por el resto de la noche y ya no podía continuar con la película. La historia continuaba en mi huida. <<Pero ahora estás bien y solo te pasa algún que otro día, ni siquiera día, momento del día y ni eso>>, pero eso está ahí. Como dijo Cecilia Absatz que dijo María Moreno: yo soy solo. Pero.
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